Hotel Xalet Bringué ****

Hotel Xalet Bringué ****
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El Librito del Serrat



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EL Librito del Serrat
Hotel Xalet Bringué




Cuento de Primavera: Las Flores de Sorteny





Se acerca la Primavera, y aquí, en el valle, de las nieves brota de nuevo la vida. Lo hace con fuerza y con belleza. Los paisajes cambian, el gélido aliento de la Dama de las Nieves se extingue, termina su reinado. Llega la nueva Reina, su cortejo es de flores y animalitos que despiertan para celebrar su llegada. Es una época que en las ciudades se plasma de forma tímida en comparación con la verdadera eclosión de colores y formas que se dan en plena naturaleza. Es una época que desde siempre ha sido una bendición, el triunfo de una flor sobre el frio y los meses de vida latente. Es un momento que llena de alegría el corazón, cada amanecer es más amable, más cálido, más dulce… e invita a cantar sobre ello. Por eso, hoy queremos contarles un cuento sobre la Primavera. Un pequeño canto tradicional a su llegada.

Crecían hermosas las flores cerca de su casa. Su fragancia era intensa y ella las llevaba a vender al mercado. Se había hecho mayor ya, y estaba sola. Sin hijos para alegrarla con sus voces, sin niños cerca para llenar de risas la casa. Ya no podía trabajar el campo, pero sus flores eran su vida. Las cuidaba con sus manos ya inseguras, las veía crecer, y le entristecía tener que segar su belleza viva para venderlas. Pero era así. De sus flores y de algunas yerbas vivía. Con lo que ganaba compraba un poco de leche, un poco de pan, alguna vez hacia un guisado. Las cuidaba de tal forma y eran tan hermosas, que sucedió algo curioso. 

La primera noche, había una luna llena que caía como un manto de plata en el bosque cercano. Escucho unas risas, como de niños al jugar y le pareció oír también el rumor gozoso de unas voces femeninas. Quien podía estar a esas horas allí, en su jardín. Salió a ver, pero no había nadie. Y no obstante podía escuchar con claridad esas risas infantiles. Regresó extrañada a calentarse junto al hogar y se durmió mecida por ese dulce murmullo de alegría que venía de su jardín.

A la noche siguiente, lo mismo. Y las risas venían de sus florecitas. Se acerco con cautela. Miro fijamente y vio que entre ellas revoloteaban unas criaturas pequeñas y hermosas como la primavera, que despuntaba en esos días. Miro con más atención y descubrió que esas pequeñas criaturas de la primavera estaban usando sus flores como canastos para acunar a sus niños. Y estos reían, con las caricias y los juegos. 

Siguió cuidando sus flores con el mismo cariño, y estas eran cada vez más hermosas. Tal vez más que nunca. Parecían cantar a la vida, a la belleza. Pero no volvió a cortar ninguna de ellos. Al mercado ya no las llevaba a vender. Tenía que ganarse un poco de pan saliendo al bosque a recoger algunas hierbas que conocía, que sabía que eran curativas, o la trementina de las cortezas.  Pero de tanto en tanto encontraba dulces frutitas en un alfeizar, en su cocina, o unas avellanas, aquí o allá. Y cada noche se dormía escuchando los juegos, las risas.

Y pasaron los años que le quedaban y su vida se apago un atardecer sereno y cálido. Los hombres del pueblo le dieron su última morada allí mismo, en su jardín, rodeada de sus flores. Y estas crecieron desde entonces hermosas y fragantes, no en primavera si no durante todo el año.


Esta es una historia que solía contarnos “la abuela”, una buena señora que hacía de abuela de todos. Solía añadir, llena de orgullo,  que la conoció, y que sí, que las grandallas, las azucenas, un queseyo de flores crecían allí incluso en pleno invierno. Decía que de su casa apenas quedan algunas piedras, pero que las flores de Sorteny son tan hermosas por el corazón tan puro de esta mujer…
y tal vez por los espíritus de la primavera de estas montañas.

El valle de Sorteny, hoy en día declarado parque natural, sigue admirando a cualquiera que lo visite, crea o no en cuentos de hadas!


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